martes, febrero 06, 2024

Escribir por sentido, no por negocio


El año pasado logré terminar tres libros de cuentos para concursos, ninguno tuvo ni siquiera una mención. Cuando vi el perfil de las ganadoras entendí lo que supe desde antes: hace tiempo que la literatura, las ideas y la propuesta quedaron muy atrás. No es malo, sólo son otras reglas del "negocio". Duele mucho aceptarlo, pero cuesta menos entenderlo. La literatura, aquel arte sublime de gente tocada por los dioses, es un negocio. Un negocio que, desde su origen no vende libros, la comercialización del objeto es al final lo menos importante. La literatura, la verdadera literatura, no vende libros, ni discursos, ni siquiera estructuras, lo suyo es manifestar ideas, formas de ser y hacer la realidad.

Hoy, en este hermoso continuo de sinsentidos formados en fila. Mientras repetimos inconscientes que los años 80 fueron el culmen de la civilización humana, me niego a repetir las mismas historias. Me niego a escribir la misma película, el mismo episodio de una serie moralina y gastada, no quiero ser reconocido por el club de los elogios mutuos a cambio de favores y prebendas, el juego es simple y es posible, a ratos deseable, incluso de fácil acceso. Lo verdaderamente complicado es hablarle al alma en un mundo desalmado.

Por ello es que regreso al ejercicio de escribir en la pantallita del blog. Aquí no hay pretensión, ni negocio, ni nada más que poner las cosas al alcance de otros, botellas al mar que encuentran su destinatario. Porque en realidad las ganacias económicas que me ha dado la literatura han sido absurdamente pequeñas, como aquel primer premio por el cuento anti navideño en Xalapa, por allá del 97. Apenas me dieron el cheque, bajé a dejarlo en un negocio de computadoras. La emoción de tener una computadora propia, lista para escribir todo lo que yo quisiera me llenaba de ilusiones. Pasaron las dos semanas previstas para la entrega y el equipo no llegaba, así que fui al negocio aquel y descubrí que estaba cerrado. Se volvió un pequeño escándalo cómo aquella empresa estafó a miles de personas en Xalapa, quienes pusieron un fuerte adelanto para un equipo de cómputo y nunca nos entregaron nada.

Ese fue el destino del dinero de mi primer premio literario. Quizá un destino que se venga repitiendo, de una u otra forma. No me parece malo que mi pasión por la literatura no alcance a convertirse en dinero, quizá eso me termine salvando de convertirme en un redactor, experto en vender aquello que le da sentido.

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